La primera cosa que llamó mi
atención después de cruzar la frontera fue la cantidad de indigentes, en su
mayoría de origen afroamericano, aunque también vi algunos blancos. Los
hispanos y los asiáticos casi no entran en esta categoría ya que, aunque su
apariencia puede hacer que se vean muy jodidos, casi siempre son trabajadores
del campo o de alguna cocina de restaurante. Me llamó la atención un vagabundo
en particular que pasó a lado de mi en el Jack in the box donde estaba esperando
a mi prima Lola cuando acababa de cruzar la frontera. Entró de la calle con unas
bolsas grande como de despensa en cada mano, unos tenis Nike rojos muy
llamativos, y se fue caminando hacia el baño. En eso me acordé de lo que dice
mi primo Rodrigo de que los vagabundos aquí en EEUU usan tenis de marca y están
gordos. Un buen rato después, antes de salirme del restaurante, fui al baño y
vi los mismos tenis y las bolsas en el suelo dentro de uno de los baños.
Parecía estar descansando, pues por debajo de la puerta se alcanzaban a ver sus
pies desnudos y parecían inflamados o eran unos pies un poco gordos. Pero
igual, de una manera o de otra, seguramente le dolían de tanto caminar. Afuera
en la calle ya estaba oscuro y hacía frío. De ahí me fui a sentar a una placita
con diferentes negocios donde había mucha gente esperando y a lado de mí estaba
dormida en una mesa una chava que parecía muy bonita y joven aunque muy sucia.
Igual que el vagabundo, tenía una bolsa y una mochila vieja y sucia a su lado.
A ratos despertaba y sin abrir los ojos se rascaba la cara y el cuerpo de una
manera extraña, como si de repente sintiera los piquetes de muchas hormigas que
se le hubieran subido mientras dormía. Cuando recién crucé la línea fronteriza,
como a las siete y media de la noche, había muchos trabajadores que llegaban en
los trenes, bajaban muy apurados para cruzar primero, algunos corrían. Iban a
su casa en Tijuana, los muy suertudos, que trabajaban aquí y viven allá donde
les rinde más su paga. A esa hora había también muchísimos policías y
movimiento en general. Más tarde ya todo estaba tranquilo, hacía frío y ya
hasta los vagabundos se habrían ido a un lugar donde pasar la noche. Al día
siguiente me tocó ver menos vagabundo, pensé que tal vez el hecho de ser
frontera siempre atrae un poco más a los sin techo, aunque también podría ser
porque este allá es el punto más al sur de California, donde el clima es más
bondadoso y el paso de mucha gente da más oportunidad de juntar algunas
limosnas aunque muchos de ellos sólo parecen estar errando sin pedir dinero.
Lola me dijo que algunas veces son veteranos de las guerras que reciben dinero
del gobierno pero tienen problemas con el alcohol o algún desorden mental que
les impide llevar una vida normal.
Ese día más tarde pasó mi prima a
recogerme y agarramos la autopista no. 5 que sube hasta San Francisco. Al igual
que la mayoría de las autopistas que he visto, tiene como cinco carriles de cada lado. En veinte
minutos más o menos ya estábamos en San Diego. Fuimos a dar una vuelta en coche
por la ciudad vieja y por los barrios que están junto a la playa, Ocean Beach,
Pacific Beach y Mission Beach. Hablamos mucho, poniéndonos al corriente sobre
lo que habíamos hecho y sobre todo de lo que había pasado con la familia en
México y aquí en California.
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