Todo parece ir mejor ahora. Hoy terminé mi cuarto día de trabajo en el rancho, ahora me toca descansar tres días de esta semana y el lunes también descanso, o sea, cuatro días seguidos. La carga normal de trabajo para los voluntarios es de treinta y dos horas a la semana divididas en cuatro días de ocho horas cada uno. Mi cuerpo empieza a acostumbrarse ya al trabajo físico, no me siento tan cansado como los primeros días. Mi apetito aumento considerablemente de tantas calorías que quemo de andar de un lado para otro cargando cosas y de mantener mi cuerpo caliente cuando la actividad es ligera y el frío traspasa mi doble pantalón y los dos suéteres y la chamarra que llevo cuando estoy fuera de la casa.
Uno de los momentos más placenteros del día y que mas extraño de este tipo de experiencias es cuando al final de la jornada me doy un baño caliente, disfruto más que nunca de la comida, y por fin me voy a dormir cansado de toda la actividad del día, sintiendo como se relajan los músculos en la que parece la cama más suave que he tenido. ¡Ese sueño sí que se disfruta!
Y también los días de descanso se disfrutan mas, no se necesita hacer gran cosa y aunque el clima sea malo, la sensación es la de un domingo a las nueve de la mañana con el sol empezando a calentar tras una exitosa semana de trabajo y una buena convivencia con amigos el sábado por la noche. Eso me recuerda aquellos días de universidad cuando nos fuimos un grupo de amigos a pasar un verano trabajando y conociendo la ciudad de Montreal. Los fines de semana solo necesitábamos salir a alguno de los parques o caminar o ver las curiosidades que se encuentran en las tiendas cerca de la Rue Saint-Laurent, y con eso nuestro día estaba hecho. Eso sí, una de las cosas más importantes es que éramos un grupo y teníamos con quien compartir nuestros descubrimientos y nuevas experiencias.
¡Qué nostalgia aquellos días en la universidad, cuando todavía éramos estudiantes sin responsabilidades pero casi adultos! Con el mundo esperando a que lo conquistemos, con grandes ambiciones. Esos viajes a Nueva York, a Maruata, a Veracruz, a Guerrero, y hasta el famosísimo Tarandacuao, ciudad natal del gran gallo que ya no quiere que le digan gallo.
Todos los amigos tienen sus historias. Entre las más memorables desde mi perspectiva están cuando encontramos al Charles encuerado en el piso del baño en Puerto Vallarta, cuando me agarro la policía en Nueva York por tomar prestadas unas prendas en una tienda de ropa, cuando Feregrino se cayó tratando de caminar en el hielo que se forma en las calles de Toulouse en el invierno (con todo el glamour que lo caracteriza), cuando el Casillas se gasto todo el dinero de su trabajo en Nueva York en ropa, cuando festejamos también en Nueva York el cumpleaños del Capelo y al otro día lo encontramos con una cruda moral insostenible y todo el cuarto lleno de comida echada de regreso (el día anterior Clau León le estaba dando Bacardi Blanco directo de la botella); o cuando Suri sacaba a bailar a todas las chicas en los bares de Montreal pero le dio miedo cuando una se le aventó, que por cierto no está nada mal, aunque tal vez como él dice, esta media zafada; y cuantas cosas me ha tocado vivir con el gallo que ya no quiere ser El Gallo, como cuando nos salimos de la carretera en las curvas de la sierra michoacana que llevan a la playa virgen de Maruata, una de las playas más bonitas que he visto en mi vida; o cuando nos peleamos por un kilo de naranjas que compro por treinta y cinco pesos cuando íbamos a Veracruz, aquel viaje en donde el Charles bailo en el escenario de un table-dance sin playera mientras veía como se movía su reflejo en un gran espejo. También me acuerdo mucho de aquella vez que se nos hizo de noche al Charles y a mí en Charco Frio, un lugar perdido en el semidesierto queretano. Esa vez vimos las estrellas como nunca y con un mapa que yo llevaba, descubrimos muchas constelaciones. Fue también ese día cuando nació el encanto que tengo por las Yucas que, en el crepúsculo de aquella noche, formaban siluetas caprichosas en el horizonte como si fueran monstruos retorcidos cuyas cabezas eran esa bola espinosa que tienen en la punta. La Sierra Gorda guarda muchos recuerdos para mí. En otro viaje con Daniel nos metimos a un circo de contrabando en Colón. Esa vez nos habían dado aventón unos obreros de una fábrica que iban medio borrachos tomando caguamas y manejando rapidísimo. Al día siguiente, mientras levantábamos nuestro campamento, vimos como una grúa remolcaba un Jetta blanco igualito hasta con alerón al que nos habíamos subido un día antes, pero todo chocado. Nunca supimos si era el mismo pero mientras nos daban ese aventón yo iba, perdón por la expresión, cagado de miedo. Ese viaje de tres días de Querétaro a Jalpan lo hicimos con cien pesos cada quien, y al regreso Daniel estaba muy orgulloso de cómo hasta le habían sobrado unos pesos.
¿O alguien se acuerda de aquella noche bohemia en Taxco tomando tequila cuando nos encontramos a cuatro chavos en el kiosco del pueblo tocando y cantando canciones mexicanas, o cuando en Toulouse nos fuimos a una fiesta universitaria en bicicleta y se suponía que cada uno debía de llevar a una chava consigo en la bicicleta y yo pretendía llevar a dos y que luego nos robaron las chamarras y tuvimos que regresar a la casa caminando porque las llaves de las bicis estaban en las chamarras? En aquella fiesta un grupo de franceses terminaron totalmente desnudos arriba de una barra, aunque todavía había mucha gente en la fiesta. La única explicación que hasta el día de hoy encuentro es que era una fiesta de la escuela de ingeniería.
En fin, yo creo que deberíamos seguir con aquel plan que sugirió Daniel de escribir nuestras crónicas de Los Gallos y luego, compartirlas para ver las diferentes perspectivas y puntos de vista, lo que le llama la atención a cada uno. Me gusta más que ver fotos.
¡Ah!, ¡Qué gallo! Pero era el cumpleaños del Casillas, y el Bacardi estaba pasado... ¡Qué recuerdos carajo! Hoy tuve una clase de Droit d'asile et des refugiés y el profe era Quebecois... hablamos mucho de la migración irregular, de los derechos de los migrantes... ¿Cómo no acordarse de Montreal y la lucha diaria? ¡De la Morita! Por acá yo ando en esa vida frente a la pantalla de la que hablabas, mi lucha diaria es contra una tesis y mi futuro incierto es por el trabajo "anti-sistema" que a final de cuentas me dejará dentro del mismo sistema. Pero por un rato, estaría bien olvidar aquella Universidad privada tan cara y aquel Máster en Europa. Aunquesea por un rato. Nou guorris rooster, antes de que cante un Gallo, estaremos de nuevo on the road...
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