domingo, 3 de febrero de 2013

I made it to Tijuana!


First goal accomplished. I’m on my way from San Luis Rio Colorado to Tijuana on a bus that offered me the ride for half the normal price. Why? Because I didn’t get a ticket so the money is for the operator and his helper. Some people may call it “corruption”, even people like me under certain circumstances; but not me right now under my current situation. I didn’t even blink when he proposed it. I’ve no guilt and if someone asks me, I can just say that I didn’t get my ticket but that I didn’t realize of how it all works as did all my way up to here hitchhiking.

A veces cuando estoy lejos de mi casa empiezo a sentirme muy vulnerable, empiezo a pensar en la fragilidad de la vida y en lo fácil que todo puede cambiar de un día para otro. A veces algún pequeño dolor de estómago o de cabeza me hace pensar en la posibilidad de alguna enfermedad que me llevara a la muerte de un momento para otro y eso me hace evaluar mi vida. Me siento triste de tanta vulnerabilidad pero estoy tranquilo conmigo y con aquellos a quien quiero. Mis papás siempre me han apoyado y hasta les gusta que haga las cosas que quiero hacer, y muchas veces recibo sorpresas como esta última vez que vi a mi amigo Jorge García con quien tantas aventuras he vivido. Siempre en nuestras despedidas prepara alguna cosa chingona para hacer, como esta última vez que fuimos a una parte de la Presa Solís que yo no conocía, en un pueblo vecino de Taranda que se llama El Puente, y desde donde se ve parte de una hacienda que tuvo que ser inundada con la construcción de la presa en 1949. Ahí, con la magia que siempre acompaña aquellas aventuras, estuvimos viendo el atardecer sentados y hablando e imaginándonos cómo habría sido la vida en aquellos lugares cuando nuestros papás fueron jóvenes , cuando la hacienda inundada estuvo en su apogeo, de aventuras pasadas y de cómo vemos el futuro acercarse a nosotros y lo que quisiéramos ver, hacer, lograr. Frente a nosotros se extendía el final este de la presa, un gran pedazo de terreno y más atrás el pueblo de Puruagua que está a las faldas de unas grandes montañas donde está el famoso agostadero del que mi amigo siempre me habla y al que hemos estado queriendo organizar un viaje.

Cuando me voy a ir empiezo a ver todo de una manera mucho  más nostálgica, pongo mucha más atención en pequeños detalles porque sé que en algún tiempo no voy a regresar y descubro cosas que no había notado antes pero que siempre habían estado ahí.  Pero tengo la impresión de que esta vez todo fue mucho más intenso que en viajes anteriores y fue una gran sorpresa recibir un mensaje de este gallo deseándome mucho éxito y que “no me desanimara por nada”.  No lo había respondido porque quería primero llegar a Tijuana para poder decir, ahí está hermano, ¡está hecho; y dime si te mentí cuando te conté aquellas maravillas sobre Cuba!
***
Me la pasé poca madre con Carolina. El viernes que el Grillo me dejó en Santa Ana, hecho polvo después de aquél viaje de 15 horas sin parar. Me di una chaineadita[1] en un baño de la central donde me rasuré, me cambié de playera y de ropa interior, me lavé los dientes y luego me puse a escribir el post anterior en el que me tardé un buen rato. Luego fui a desayunar los tradicionales huevos con machaca, tortillas de harina y un jugo de naranja en un pequeño restaurante donde toda la gente, desde los clientes hasta los que atendían, estaban extremadamente altos y corpulentos; hombres y mujeres. Santa Ana está a 108 km de Nogales y es un paso obligado para lo que llevan ya sea ese destino o el de Tijuana y Mexicali, así que hay mucho tráfico de carga y de gente. Ahí ya la gente tiene esa particular característica de pronunciar la “ch” como “sh”. Aunque no sé exactamente dónde empieza esto, me imagino que pasa en todas las ciudades fronterizas y que es influencia de la pronunciación “sh” en inglés (como en “fish”). Otra característica de estas ciudades fronterizas es que están llenas de gente que vive del paso de gente, como vendedores de comida, discos, lavadores de trailers; y más underground, drogas, mujeres que ofrecen su compañía, etc. También hay todo tipo de gente que va de pasada, aunque hay muchos que tienen toda la facha de migrantes que van a buscar su suerte en los EEUU, hombres con ropas grisáceas del polvo del camino, gorra y una mochila como para ir a la escuela. A veces traen una cobija enrollada y amarrada en la mochila a modo de sleeping bag. También están lo que vienen de regreso, derrotados porque la migra ya los echó para atrás una o más veces, hambrientos, sin dinero, heridos como aquél compa que llegó a darle una boleadita a mis botas. Llegan y te piden una feria para alivianarse.

Me aventé como tres horas pidiendo aventón sin suerte, ahí ya domina un ambiente de desconfianza. Decidí irme en autobús cuando sentí que estaba pronto a desfallecer, estaba llegando a mi límite. Mi mochila de unos veinte kilos pesaba cada vez más con el paso de los minutos. Fui a la central de nuevo y me dijeron que faltaban cuarenta minutos para que saliera el próximo autobús así que decidí hacer la intentona y darme la última vuelta en la gasolinera donde había estado buscando aventón. Un señor como de sesenta años me subió finalmente. Resultó ser un gran platicador, muy orgulloso de sí mismo; pero a mí me costaba trabajo mantener los ojos abiertos. Me acuerdo que de repente me despertaba cuando ya mi cabeza estaba por tocar el suelo de tan doblado que iba. Había intentado ponerme el cinturón de seguridad para evitar eso pero no servía. Me dolían mucho los ojos pero eso no evitó que disfrutara de aquellos paisajes del desierto LLENO de cactus, biznagas, nopales y todo tipo de plantas extrañas y con unos formidables riscos de caprichosas siluetas en el fondo bajo un cielo despejado y brillante. El conductor  era de Tapachula Chiapas, bien macho, y de todo lo que me habló fue de él y de lo que le había enseñado a otras personas, lo que les deba de frutas y verduras a sus familiares y amigos, que era lo que transportaba, y me habló como dos horas de su comadre y de cómo le tiraba la onda aunque su esposa estuviera presente. Pasamos Caborca y llegamos a Sonoyta donde paramos. 

La ruta normal a Mexicali estaba interrumpida por un retén militar donde  los trailers se atoraban hasta diez horas, así que muchos conductores se estaban desviando por el Golfo de Santa Clara sobre la carretera que va para Puerto Peñasco. Esa región tiene fama de ser muy bonita y fui testigo con los paisajes que vi. Además ahí están las Reserva de la Biósfera de El Pinacate, del Gran Desierto de Altar, y del Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado. Esta es la máxima jerarquía en importancia dentro de las designaciones de las áreas naturales protegidas de México.  Pero esa ruta se saltaba el pueblo de San Luis Río Colorado donde yo quería llegar.  El ambiente estaba todavía más pesado que en Santa Ana, mucho tránsito, gente herida[2], camionetones; además de que yo estaba cada vez más cansado y empezaba a oscurecer después de pedir aventón un rato yendo a preguntar a los trailers que veía por ahí parados descansando. Le invité una Coca y unos burritos a un güey heridísimo, compré unos cigarros para el trailero que me había llevado hasta ahí y me fui a la central camionera. Mi preocupación era no quedarme dormido en lo que salía el camión, llevaba ya treinta y ocho horas sin dormir y sentía mi cuerpo caliente. En algún momento me pasó por la mente quedarme dormido en el camión que tomaría con destino a Tijuana y puse mi alarma del teléfono. Luego recuerdo vagamente a un soldado despertándome para revisar mi mochila y otro retén donde tuvimos que bajarnos a una inspección más detallada. En la fila para revisar el equipaje había una chava con unos lentes oscuros; me llamó la atención porque estábamos a mitad de la noche. La siguiente vez que me desperté ya llevábamos como hora y media de haber pasado San Luis Río Colorado así que tuve que bajarme en otro retén y los soldados me consiguieron el aventón con un trailero de Iztapalapa que dudó bastante para llevarme, repito, era de Iztapalapa. Al final todo bien, me recordó mucho a un tío que vive también en el Estado de México por su forma de hablar y ahí iba yo, alegrado por las cumbias y sintiéndome como en casa con gente conocida. Mis papás crecieron en la Ciudad de México, por eso creo que se me hace tan familiar, aunque luego le hecho carrilla a mi papáporque nació en el barrio de Santa Julia, donde mataron al Tigre mientras estaba echando el cake. El dice que eso no importa porque desde chico se fue a vivir a la zona residencial de Echegaray, aunque yo no entiendo mucho de eso porque en los pueblos no importa mucho el barrio de donde vengas aunque los del centro siempre terminan por tener más oportunidades que los de las orillas. Además de todos los contratiempos, pasé por distintas zonas horarias y por una y otra cosa terminé llegando a San Luis Río Colorado a las cuatro de la mañana. Llamé a Caro y fue por mí, luego fuimos a cenar a las “Tortas DF” y un chavo de una tienda donde compramos algo de tomar nos dijo que Sonoyta era el mero nido, lleno de narcos y que estaba bien caliente, así que mi decisión de irme en autobús había estado bien. Tenía un poco de remordimiento de conciencia, después de casi dos mil kilómetros de aventón, de haber tenido que tomar un autobús para llegar a mi destino.

Caro me dejó su cama y ella se fue a dormir con su hermana, una cama muy cómoda pero aún así me levanté a las cuatro horas. Estaba tan cansado que no dormí muy bien y no pude seguir acostado por más tiempo. Me levanté con la música de la ya clásica película cliché de los cholos y pachucos, Sangre por Sangre (Blood in blood out) que me puse a ver con el papá de Caro. Luego desayunamos pan francés y crema de trigo, una especie de atole con unos granos del tamaño de los granos de azúcar pero suaves que le dan una textura agradable. Me bañé luego de tres días de viaje y me puse a escribir un poco. Más tarde salimos a dar una vuelta en bicicleta, cruzamos la frontera y dimos una vuelta también en el pueblo vecino, San Luis Arizona donde no vi más que a dos personas que parecían gringos blancos y como a cuatro hablando inglés. Todos los demás parecían mexicanos y hablaban español, y eso que dimos una vuelta por el Wal-mart del pueblo donde entré al baño. En general todo se me hizo igual, sólo con letreros en inglés y un poco más shineado. En San Luis Río Colorado, en el lado de Sonora, fuimos a una tienda de cosas de segunda mano, a un videoclub y a la plaza del pueblo. Todo parecía desfasado, como si el tiempo se hubiera detenido hace veinte años. En la noche salimos con unas amigas de Caro, una tenía el cabello pintado de morado y otra era una periodista feminista que parecía interesante.

Ahorita estoy cruzando la Rumorosa, una cadena de montañas entre Mexicali y Tijuana que debe ser como parte de la falla de San Andrés, o no sé, pero está asombroso. Lamentablemente no traigo cámara para captar estas imágenes. Primero subimos como dos kilómetros de altura por una carretera entre riscos y montañas llenas de piedra caliza color arena y con muchos cactus y arbustos a ras de suelo, y de pronto llegamos a un altiplano con árboles ya más medianos. En los miradores del camino se ve el horizonte con los coches en el lejano valle de Mexicali que apenas empiezan a subir. La carretera de cuatro carriles está separada en los dos sentidos, cada uno por su lado.

En Tijuana voy a reunirme con mi amiga Indira, espero que me lleve al Dandy del Sur.    


[1] Del inglés “shine”, brillar.
[2] Jodida, sin dinero, sucia, a veces también herida literalmente. 

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