lunes, 4 de marzo de 2013

Primeras aventuras


I was happy, I knew that. While experiencing happiness, we have difficulty in being conscious of it. Only when the happiness is past and we look back on it do we suddently realize – sometimes with astonishment – how happy we had been.
Nikos Kazantzakis


Las primeras grandes aventuras de mi vida, que también son parte de mis recuerdos más antiguos, las pasé con Toño Novoa, mi primer amigo. En ese tiempo le decía Josesito, diminutivo de su primer nombre, y nuestros papás eran amigos y parte del Club Rotario, una asociación civil que se supone hace trabajo filantrópico. Toño es diez meses mayor que yo, lo que hacía una gran diferencia en aquel momento de nuestras vidas; y él nació y creció en Parácuaro, un pueblo a unos catorce kilómetros de Acámbaro con unos pocos miles de habitantes. Siempre me pareció más maduro, como si fuera un paso delante de mí. Actualmente se puede decir que esa distancia se agrandó, pues él ya está casado y tiene una hija hasta donde me platicó su papá la última vez que lo encontré por casualidad en la Ciudad de México.
Tendríamos unos dos o tres años cuando nos conocimos, poco después yo entré al kínder que no me gustaba nada pero fue donde tuve que empezar a abrir mi vida social. Aun así Toño siguió siendo mi mejor amigo, nos veíamos lo lunes en las juntas del Club Rotario y algunos fines de semana en los eventos que se organizaban y en las fiestas y bailes de Acámbaro. En aquél tiempo mis papás rondaban los treinta años e iban a muchísimas más fiestas que ahora.

Un día mi papá me olvidó en Parácuaro. En ese tiempo, y hasta poco después de cumplir los tres años, yo me iba todos los sábados a “trabajar” con él y a veces íbamos a Parácuaro a que mi papá se reuniera con Toño Novoa señor, y yo, Emilio Parrales II jugaba con Toño Novoa II. Un día estábamos ahí y de repente ya no encontré a mi papá y me puse a llorar. Mandaron a un trabajador a que me llevara a Acámbaro y como a la mitad del camino encontramos a mi papá que venía de regreso a buscarme. Yo estaba muy enojado con mi papá por haberme olvidado pero él decía que me había dejado para que jugara un rato; que no era cierto porque él no tenía planeado regresar más tarde. Hasta la fecha cuando le recuerdo esa y otra vez que me olvidó en la fábrica de tuercas que tenía con mis tíos, sólo se ríe, me dice que no es cierto y luego cambia de tema.
Pero bueno, regresando a las aventuras de Parácuaro, fuimos creciendo y entonces ya no me daba miedo quedarme tardes enteras y que mi papá viniera a recogerme en la noche. A diferencia de mí, que soy el mayor y mi mamá nació y creció en la Ciudad de México donde ya desde aquellos años existía el miedo y la desconfianza, Toño es el menor de cuatro hermanos y su mamá siempre vivió en Parácuaro donde todos se conocen y los únicos crímenes suceden en las cantinas entre borrachos. Así que ahí teníamos rienda suelta para andar por todo el pueblo de vagos sin tener a nadie que nos estuviera cuidando todo el tiempo. Íbamos a las canchas de futbol a hacer la reta, a tirar con las resorteras (o flechas como les dicen en Taranda), a subir los cerros, a la plaza del pueblo a trepar los árboles, al taller de uniformes de su papá donde jugábamos en los montones de telas, a tirar con un arco que él tenía, a la casa de su abuelo en donde había un corral con animales, o explorábamos su casa que estaba llena de juguetes por todos lados. Algunas veces nos íbamos el fin de semana a la Sierra de Michoacán donde tenían una cabaña y también andábamos haciendo travesuras por todos lados. Tendríamos unos cinco o seis años en aquel tiempo y un día que le conté todo esto a mi mamá me dijo que ella pensaba que nos cuidaban bien, que sino nunca me hubiera dejado ir a pasar las tardes a su casa. Yo ahora que lo pienso también me sorprendo pero nunca me sentí vulnerable en Parácuaro. Toño conocía a la mayoría de la gente que nos topábamos en la calle, sabía a dónde ir y qué hacer, era su vida de diario. ¡Qué kínder Montesori ni que ocho cuartos!


En una ocasión, después de un día de aventura en Parácuaro en el que también mi hermano participó, llegó mi papá por nosotros mucho más tarde de lo previsto. Iba con Mario Vinos y otro señor que no me acuerdo quien era. Ya estaba oscuro y en lugar de llegar por nosotros a casa de Toño, mandaron al señor que no recuerdo a que nos trajera a la combi donde estaba Mario en el asiento del piloto y mi papá recostado en el asiento de atrás. Le preguntamos que qué le pasaba y nos dijo que estaba borracho. Es la única vez que me acuerdo haberlo visto borracho. Más o menos para calcular la edad que teníamos, mi hermano y yo tenemos grabada la escena de cómo yo me acosté arriba de mi papá y mi hermano arriba de mí, pero el asiento se caía y en un acelerón que Mario Vinos le dio a la pobre combi, al suelo fuimos a dar mi papá y yo, y mi hermano voló hasta el asiento trasero de la combi por lo que no le pasó nada. A mí tampoco me pasó nada, mi papá me abrazó de una forma en la que me protegió por completo. Esta es también parte de las primeras aventuras que recuerdo, aunque la lista sigue y sigue.
Toño y yo fuimos juntos toda la primaria, secundaria y preparatoria, aunque poco a poco la vida nos fue distanciando. Él empezó a frecuentar a otros amigos y yo también, aunque nuestra amistad seguía presente y de repente nos íbamos de fiesta juntos. En algún tiempo, durante los últimos años de la primaria nos gustó la misma niña, Paulina, que fue mi primera novia en cuarto y luego en sexto fue su novia, sólo que yo nunca le tomé la mano y el sí caminaba con ella de la mano. De hecho, en cuarto, motivado por él fue que me animé a preguntarle a Paulina si quería ser mi novia al mismo tiempo que Toño le preguntaba lo mismo a Vianka, otra amiga que tuvimos mucho tiempo. En aquellos días mi mamá diario me preparaba un lunch  pero nunca me daba dinero para gastar en la escuela. Supongo que por eso me acostumbré a vivir con poco dinero; en cambio Toño siempre tenía dinero y me invitaba cosas. Una vez me regaló una moneda de mil pesos, de esas que tenían la imagen de Sor Juana, doradas, y que luego pasaron a valer un peso cuando en 1992 perdió los tres ceros. Teníamos menos de siete años porque yo nací en 1985.

Hoy he perdido contacto con Toño casi por completo. Hace al menos cuatro o cinco años que no lo veo y de que se casó y tuvo una hija me enteré primero por Facebook y luego por su papá. Estando en Acámbaro he pasado un par de veces a buscarlo pero nunca me he puesto verdaderamente a buscarlo con la intención de encontrarlo. No sé de qué hablaríamos, o si tendríamos mucho que decirnos. Hoy soñé justamente que estaba con él y con otros amigos que no lo conocen en la cabaña que tenía en la Sierra de Michoacán y en mi sueño empecé a recordar mis primeras aventuras en Parácuaro, y ahí se las empezaba a contar al resto de los amigos que estaban conmigo. Cuando me desperté, tuve la intención de escribirlo para atestiguar cómo todos esos primeros recuerdos, lo que vimos, lo que sentimos, lo que pensamos; quedan grabados y latentes en nuestra memoria. Y es extraño cómo funciona la mente y que de repente saca recuerdos sin mucho motivo aparente.
Ayer tuve un día bastante relajado. Hice lo que tenía que hacer, me quedó tiempo libre en el que no supe que hacer. Me dormí temprano y me levanté tarde. Varias veces me ha pasado que me quedo con tiempo de sobra que no encuentro como llenar, en lugares donde no hay distracciones como televisión o gente con quien pasar el tiempo. Momentos en los que sólo estoy yo, conmigo, y que todo lo que tenía que hacer, pensar o reflexionar ya lo hice. Es entonces cuando me vienen a la cabeza viejos pensamientos o pendientes que me gustaría hacer como contactar a Toño. Luego empecé a escribir sobre todo esto y me di cuenta de que todo esto de las aventuras con Toño en Parácuaro tiene un enorme parecido con lo que hago ahora en Taranda con Jorge. La vida se repite, buscamos lo que conocemos.

“No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” 
San Juan 5-19

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